Vivir viajando

Vivir viajando es estar lejos de casa, es declararle la guerra a la monotonía para siempre. Es tener un ejercito de soldados que no defienden banderas porque se sienten ciudadanos del mundo. Es ser embajador de la diversidad cuando el prejuicio quiere hablar en voz alta. Es un limbo constante, un delicado equilibrio entre todo lo que quiero ser y me espera afuera, y todo lo que soy, que es mi casa.

Estamos hechos de pequeñas partes de los lugares en los que estuvimos, la gente que conocimos y la comida que probamos. Somos nuestra infancia y todo lo bueno que hicieron nuestros padres.Somos las esperas en los aeropuertos, y las mochilas que le sostuvimos a un amigo, somos las cosas que hicimos para hacer sentir a alguien parte de nuestra vida.

Vivir viajando es vivir en los ojos de un niño que ve algo por primera vez. Es entender que la verdad  no existe, sino que es simplemente uno de los ejes de una historia, un costado, que los protagonistas se pueden volver secundarios y los secundarios protagonistas sin muchas explicaciones.

Vivir viajando es un pasaje de ida a la inconformidad, es estar en Londres con ganas de comer un Pad thai, y en Tailandia queriendo que el bus llegue a tiempo. Es vivir en Barcelona y extrañar la huerta que tenias Nueva Zelanda y estar en nueva Zelanda tratando de acordarte a que huele el interior de la sagrada familia.

Vivir viajando es sacarle a los sentidos un pase rápido a la mejor montaña rusa. Es llevar la curiosidad a cuestas, y digo acuestas y no de la mano porque a veces la quisiera poner en mute para poder dormir tranquila.

Vivir viajando es la libertad en su versión más certera. Es entender que estamos de paso y que el lado izquierdo siempre manda. Es el nudo en la panza cuando las ruedas del avión dejan el suelo. Es el último abrazo que les diste a tus viejos antes de embarcar. Vivir viajando es tener un máster en despedidas, y aún así seguir siendo el mismo principiante antes de cada viaje largo. Vivir viajando es dar y no esperar nada a cambio.

Viajar no siempre tiene que ver con geografía. A veces el perfume de los jazmines de tu propio patio te aterrizan sin escalas en algún lugar. Un lugar que no existe en los mapas convencionales, porque es tuyo, mío, nuestro. Esos viajes que te agarran con la guardia baja sin siquiera haber abierto un mapa.